12/06/2013

L'escriptor Josep Mª Espinàs va quedar captivat de Tarragona

Josep Maria Espinàs
Josep Maria Espinàs, escriptor nascut a Barcelona, amb motiu d'inaugurar-se la nova ubicació de la històrica llibreria Guardias a la Rambla Nova, a tocar del teatre modernista del Metropol, va fer un magnific cant a la llarga i rica història de Tarragona.
Amb el títol de "Apuntes de un barcelonés sobre Tarragona", Josep Maria Espinàs va anar repassant amb perfecta armonia poètica les experiències viscudes a Tarragona des d'una perspectiva d'un fill de Barcelona.
La intervenció de l'escriptor barceloní, tenint en compte que parlem de l'any 1958 del segle passat, va ser en llengua castellana. Tot seguit reprodueixo el contingut de la seva magnifica intervenció: 
"No tengo titulo alguno para hablar de Tarragona, salvo que se considere título suficiente la buena fe de la mirada. O tal vez, por contraste, mi condición de barcelonés tipico, uno de esos pocos barceloneses que son hijos de padres también barceloneses. 
Y antes de hablar de Tarragona, debo decir que mi condición no me impide advertir que el centralismo -que puede presentarse en varias escalas- es especialmente funesto para Cataluña. La dictadura de Barcelona es inexcusable, si se tiene en cuenta que Cataluña se caracteriza precisamente por su diversidad y su armónico equilibrio. En su trato con los demás, el barcelonés -como el madrileño o el parisién- tiene mucho que hacerse perdonar, sobre toto su habitual incomprensión. Pues bien, estas cuartillas no tienen otra justificación que el afán de colaborar a este conocimiento, porque sólo conociendo una ciudad o un país se le puede respetar y amar. Claro està que yo no puedo decir nada nuevo sobre Tarragona. Tampoco lo pretendo. Acaso apuntee tan sólo las sensaciones del forastero, porque sé que, a menudo, son los forasteros quienes nos ayudan a descubrir las cosas propias.
Catedral Basilica de la Seu Metropolitana i Primada de Tarragona
Para un barcelonés, los alicientes de Tarragona son incontables, pero en mi opinión los dos elementos más sorprendentes son el cielo y el mar. ¿Por qué?. Sencillamente porque son dos cosas que los barceloneses hemos perdido. Por primera vez, en Tarragona tenemos la sensación de que no vivimos a ras del suelo. Y esta sensación no se produce sólo en el Balcón del Mediterráneo, sino en cualquier otro punto de la ciudad. Para mí que esto se debe a la luz. En Gerona hay una luz gris, una preciosa luz de orfebreria. En Lérida palpita una luz ocre, casi roja, hermosamente dramática. En Tarragona alienta una luz azul y blanca, pura, viva. En la ciudad más antigua yo veo, paradójicamente, la luz más joven y más fresca. Que no nos engañen las piedras antiguas, la historia. Tarragona es una ciudad alegre, una ciudad rica en futuro. Por ello se produce en ella una tan prodigiosa armonía de los viejo y lo nuevo. En Tarragona lo antiguo nunca se hace caduco, ni lo moderno se presenta como provisional. Todo parece de siempre, normal, perfecto. Pocas ciudades poseen, creo yo, este milagroso don.
"Jo amb tu i tu amb mi. Oh joia de respirar el teu aire i d'absorbir la teva llum!. Asseure's al gran festí de tes clarors és honra de déus i de sortosos privilegis" proclama con hermosas y exactas palabras Joan Antonio i Guàrdias. Esta luz y este aire convierten a Tarragona en la ciudad más aérea de Catalunya. Pero además es la única ciudad realmente marítima. Para el barcelonés, Tarragona es la ciufdad del mar. No hay otra; sólo pueblo marineros. Y yo no sé qué es más bello: el mar visto desde Tarragona o Tarragona vista desde el mar. Barcelona carece de estos dos mares igualmente admirables: el mar de la contemplación lírica y el mar de la pesca. Que Tarragona sepa conservarlos, porque se complementan, se necesitan mútuamente. 
Platja del Miracle de Tarragona
El mar, por otra parte, es un remedio contra el egoismo y la soberbia. La ciudad que tiene mar es abierta, y sabe que por lo menoss en uno de sus lados es hermana de otras ciudades, puesto que el mar no es esclusivamente suyo, sino un patrimonio común de todas las orillas. Tal vez por ello el barcelonés se siente en Tarragona más universal, más catalán y al mismo tiempo más libre.
Vuestro -y nuestro- Manuel de Montoliu dijo en una ocasión que "vivir en Tarragona es, para una persona culta, un vivir alucinado". Exacto. Pero quizás es más alucinante aún para una persona sensible que para una persona culta. Quiero insistir en este aspecto de Tarragona, contra el tópico histórico. Porque el barcelonés llega preparado para admirar los gloriosos vestigios de ayer, pero no tanto para admirar el encanto profundo y sutil, mágico, de la Tarragona viva, de hoy y de siempre. El barcelonés habia visto muchas fotografias de sus monumentos, pero nadie le habia explicado la gracia de respirar aquí; esto no se fotografia. Voy a ser sincero: yo puedo estar media hora en Tarragona sin tocar una piedra, pero no sin respirar -a conciencia, claro- su aire. Y si voy a pasear a la vista del mar no es por cumplir con una obligación turística, sino porque lo necesito. Más que aprender necesito vivir, y en Tarragona, bajo el cielo y frente al mar de Tarragona, el barcelonés se siente vivir, siente estímulo, la palpitación y el alegre misterio de la vida como en ninguna otra parte. Yo ruego que se acepte esta confesión comola más sincera y, quizá, la más ingenua declaración de amor a Tarragona.
Una de les voltes del Circ romà de Tarragona
Después de esto, que tendrá o no tendrá valor para los tarraconenses, pero que muy alto lo tiene para mi, puedo referisme a la Tarragona monumental. El barcelonés, que ha estudiado historia, piensa siempre en la Imperial Tárraco. Sabe que los antiguos la llamaron ciudad opulentisima y se halla impresionado por las alabanzas de Junianus Major: "Reina y diosa de la tierra hispánica, gloria del pueblo romano y émula de Cartago". El barcelonés, pues, llega cohibido. Podríamos decir que le afecta un complejo romano. Ciertamente, el barcelonés, no es un hombre noderno, pues su ciudad esta´también cargada de historia. Pero es una historia fundamentalmente medieval. De épocas anteriores no faltan importantes rastros, pero no existe el conjunto. Así, ante Tarragona el barcelonés responsable se siente un poco como el hijo ante su padre. El barcelonés, que tanto gusta de oirse a si mismo, en Tarragona baja instintivamente la voz. El barcelonés se exalta ante el mar y se serena ante las piedras, tal vez se domestica. Si hay ejercicios espirituales, Tarragona nos brinda unos ejercicios raciales. La ciudad es una ocasión de meditación, es un espejo para descubrir el propio rostro, es una lección de responsabilidad. El barcelonés suele tener una tendencia excesiva a creerse hijo de su tiempo, fruto de sus obras. A menudo el barcelonés está lleno de mérito, pero se puede setar lleno de mérito y de ignorancia. 
 El contacto con Tarragona obra el milagro de despertar la conciencia colectiva. También el hijo necesita, de vez en cuando, recordar la historia de su padre, no para ostentar escudos heráldicos, no para incrementar su vanidad, al contrario: para ejercitarse en la humildad, para comprender cual es su lugar en el mundo. Pues bien, Tarragona nos da, al cabo de los siglos, la imagen de nuestro papel. 
L'Arc de Triomf de Tarraco
Estoy seguro de que no se pasea igual por la Diagonal cuando se ha paseado por el Paseo Arqueológico. Y aqui debo apuntar que las ciudades como Tarragona son una piedra de toque para el hombre moderno. El hombre vacío parece que se ahoga entre las pruebas del pasado; el hombre de calidad, al contrario, se sienre más lleno, perfecta y cómodamente situado en la historia de su tierra. Yo guardo recuerdos imborrables de Tarragona, y si ahora me obligaran a expliucar qué he sentido, por ejemplo, en lo más alto del Paseo Arqueológico, no sabria decirlo. Porque allí he dejado de pensar. Durante un breve instante he olvidado mi condición personal, mis ambiciones y deseos, mi pequeña historia. He comprendido -nada más y nada menos- que formaba parte del país y del tiempo. Es una sensación de fugacidad triste y consoladora a la vez. En todo caso es una de esas sensaciones que el barcelonés sólo puede experimentar en una ciudad como ésta.
Pero junto a la Tarragona monumental, que hace tan grande nuestra raza y tan pequeña nuestra figura, el barcelonés admira la Tarragona de nuestro tiempo, la de las calles y plazas en las que vivimos. Es posible que los tarraconenses conozcan los defectos de su ciudad; toda ciudad los tiene. Yo puedo deciros sus virtudes. Para mí, Tarragona es una ciudad extraordinariamente agradable. Y puedo decirlo sin hipocresía, porque creo también que Barcelona tiene maravillosos rincones populares y antiguos como el barrio de Santa Maria del Mar; deliciosamente burgueses y encalmados como Sarrià. De Barcelona suele tenerse una visión muy superficial, pecado en el que incurren los mismos barceloneses. Un artista extrangero cuya sensibilidad aprecio me dijo una vez que ninguna ciudad del mundo le parecía tan llena de misterio como Barcelona. Naturalmente, no se refería al Ensanche ni a la Diagonal, sino a esas calles de la ciudad antigua -no la artística- y artesana, rinca en tiendas tradicionales y tipos sorprendentes. Hay, pues, dos Barcelonas, la interesante y la standard. Pues bien, la Tarragona que salta a los ojos del barcelonés no es ni la pintoresca no la hecha en serie. Es una ciudad intermedia, ni frívola ni patética. Una ciudad sin excesos, armónica y viva.
L'Aqüeducte romà de Tarraco
Cuando se abrió la Rambla, Tarragona dió una moderna lección de urbanismo. Por las mismas fechas, en Barcelona se cometían verdaderos disparates. Tarragona ha tenido tacto. El barcelonés, fatigado por su capital, encuentra en Tarragona una ciudad a la medida, una ciudad refrescante, donde se valoran los factores humanos. Yo siempre he lamentado no haber vivido mi infancia en una ciudad como este. Yo sé que mi ifancia habria respirado con mayor holgura, con más libre alegría. Tiempo hay para hacerse hombre, para hacerse ciudadano. En la edad de las ilusiones es bueno vivir en una ciudad que hace ilusión. En una ciudad de estas dimensiones se comprende antes la vida y se entiende mejor uno mismo. La vida social, incluso la naturaleza, tiene aquí más fuerza. El campo está cerca, y el campo siempre impone orden. En Barcelona uno llega a olvidar el campo, y uno crece en el caos, sin una noción clara de la serie de cosas básicas. En Tarragona, aunque los tarraconenses no se duen cuenta, todo se desarrolla según una proporción, todo es más lógico y entrañable. Por ello, cuando se dice que en Tarragona encontramos nuestra conciencia, es demasiado fácil -y falso- atribuirlo a los romanos. Lo que realmente nos rinde servicio es la ciudad de hoy que -puedo asegurarlo- algunos barceloneses contemplamos como un paraíso perdido. Quizá por ello me habría gustado vivir mis primeros años aquÍ; así mi infancia no se habría perdido del todo: quedarís algo de ella en la luz y en la gracia innata de esta ciudad.
Tarragona va creciendo y, por lo que yo veo, creciendo con gusto por la belleza y sobre todo con sentido común. Crecer con sentido común es lo más difícil, pero también lo más importante. En este buen momento de Tarragona, que está como suele decirse en "plena forma", me atrevo a formular una sugerencia: cuidado con los excesos, atención al alarde arquitectónico. Tarragona no necesita, para tener categoria, deslumbrar al payés con monstruosidades de tipo americano. Tarragona, que ha sabido ser antigua, ha de saber tambén ser moderna, pero moderna de verdad, es decir, sencilla hasta el máximo. Hay que evitar el esperpento urbanístico, no ya el quiero y no puedo, sino el quiero y no sé, que tan fatal ha sido para Barcelona.
Vista parcial del Balcó del Mediterrani
Arquitectónicamente hablando, Barcelona da la impresión, a veces, de ser una casa de locos. Tarragona todavía no ha perdido el seny, seguramente porque el mar y el campo, como dije, imponen serenidad; seguramente también porque la gracia del orden es un fruto natural en este privilegiado rincón del mundo. Hay que resistir la tentación del rascacielo en aquellos lugares de la ciudad en que un rascacielos es una bofetada de cemento a quien pasa por la antigua calle. Y si es necesario edificar un gigante, hacerlo en el nuevo sector de los gigantes. Evitar de raíz el cáncer arquitectónico. Si insisto en ello es por la triste y última experiencia de barcelonés. Nuestro clásico individualismo, nuestra falta de responsabilidad colectiva impulsan a cada propietario a construir su casa como si fuera la única de la calle. Resulta entonces que todas las fachadas, todas las alturas y todos los estilos son distintos. Barcelona es, en este sentido, un muestrario de la vanidad humana, que sería grotesco y daría risa si no fuera tan lamentable. 
Como barcelonés preocupado por su ciudad, escarmentado en cabeza propia, me atrevo a pedir a mis amigos de Tarragona, que no se dejen llevar por la corriente del nuevo rico ciudadano; les pido que quieran ser la ciudad de Cataluña con un mayor sentido de la elegancia natural. Para conseguirlo, para conseguir que hagan este hermoso y útil favor a mi país -a nuestro país- yo sólo puedo darles una razón, que vale no por venir de quien viene, sino porque está expuesta con total sinceridad: Tarragona me parece ya envidiable tal como es. Procuremos que progrese sin estropearla, procuremos que crezca sin traicionar su espiritu.
No sé qué opinión tienen los tarraconenses sobre este punto, pero puedo asegurarles que seremos precisamente los barceloneses, que sentimos esta ciudad como algo propio, quienes más vamos a agredecerles su amor a Tarragona.
* Fins aqui el text de la intervenció del periodista i escriptor barceloní Josep Maria Espinàs, que va fer a Tarragona, ara fa 55 anys. In Memoriam.